domingo, 27 de mayo de 2012

ELEFANTE BLANCO

La siguiente reseña contiene spoilers.
Elefante Blanco (2012) es una película argentina dirigida por Pablo Trapero y protagonizada por Jérémie Renier, Martina Gusman y Ricardo Darín. El filme cuenta la historia de dos curas (Renier y Darín) que luchan mano a mano, junto a una asistente social (Gusman), para resolver el sinfín de problemas que se presentan día a día en un barrio de Buenos Aires sumergido en la miseria.

El título Elefante Blanco se refiere a un edificio semi-abandonado que se encuentra ubicado en la villa 15 del barrio de Villa Lugano en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Su proyecto comenzó en 1937, pero su construcción se vio interrumpida muchas veces hasta que se abandonó por completo en el golpe de Estado de 1955, y así se vio frustrado su destino de convertirse en el hospital más grande de Latinoamérica. Hoy en día, el edificio pertenece a la “Asociación de Madres de Plaza de Mayo”, y diariamente sirve no sólo como comedor para la gente que vive en la villa contigua, sino también como albergue para 98 familias.

Aparentemente, dicha ironía llamó la atención de Trapero, un director que está acostumbrado a plasmar en sus películas (Carancho (2010) y Leonera (2008), entre otras) lugares marginales. Y esta no es la excepción, pues para satisfacer su ambicioso deseo de contar una historia de esperanza y humildad en uno de los lugares más arcanos de la pobreza argentina, ha optado por mudar su equipo de filmación al mismo edificio y sus alrededores, lo cual es un gran punto a favor por motivos que detallaré más adelante.

Antes, me gustaría retomar la cuestión del título. ¿Por qué hablar de un Elefante Blanco? Al observar el edificio, uno no puede evitar hacer la asociación obvia: es como un Elefante, por su inmenso e imponente volumen, y Blanco, por su color. Dado que el hospital a medias ni siquiera llegó a tener un nombre oficial, se lo empezó a llamar así. Incluso hay quienes han desarrollado una respuesta más infantil a la pregunta diciendo que es como un elefante vistiendo un delantal blanco, por su propósito de ayuda social y educación. Yo voy a optar por ir un poco más allá, y así me remonto hacia el occidente. En Tailandia, los elefantes blancos (o albinos) son sagrados, son un símbolo de poder real y son posesión de los reyes. Básicamente, cuantos más elefantes tenga el rey, mayor será su estatus. Pero todo lo bueno tiene algo malo, y lo malo de tener un elefante blanco es que su manutención es muy costosa. Entonces, antiguamente, cuando los reyes no estaban satisfechos con algún súbdito, le regalaban un elefante blanco al pobre diablo, cuyos bolsillos no daban abasto para mantener al bicho y quedaba totalmente arruinado. Así es que a pesar de que la posesión de un elefante albino confiere mucho prestigio, es un gran peso para el propietario. Y esta mirada tiene muchísimo que ver con la historia de la película en cuestión.

Ricardo Darín interpreta al Padre Julián, sobre cuyos hombros reposa la enorme responsabilidad de atender, ayudar, representar y luchar por el bienestar de los habitantes del Elefante Blanco y sus alrededores. Su motivo no es explícito, pero uno puede hacerse la idea del por qué: nadie más quiere hacerse cargo de este lugar que, como dice él mismo, ‘no figura ni en el mapa’. Durante toda la película, vemos al pobre Padre sobre-exigirse a sí mismo montones de veces, al mismo tiempo que empeora su salud. El elefante le pesa demasiado ya, y a pesar de estar consciente de ello, sigue adelante motivado por el ejemplo del Padre militante argentino Carlos Mugica, asesinado en 1974 durante la Dictadura Militar y a quién la película está dedicada. ‘Señor, sueño con morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos’, lo cita Julián en repetidas escenas.

El inicio de Elefante Blanco es crudo. Antes de que aparezca el título de la película con el tema “Las Cosas que No Se Tocan” de la banda de rock argentina Intoxicados de fondo, Trapero nos muestra un prólogo impactante y violento en el que el Padre francés Nicolás (interpretado por el belga Jérémie Renier) observa, mientras se esconde en unos arbustos, el salvaje asesinato de los habitantes de una villa indígena perdida en el medio del Amazonas, a manos de un grupo de narcotraficantes. Nicolás no puede hacer nada por ellos, y esa culpa lo consumirá durante el resto de la película hasta el desenlace. Julián se toma el trabajo de ir a buscarlo personalmente a la selva amazónica y de traerlo a Buenos Aires. Suena un poco rebuscado, pero su motivo personal se revela al final de la película.

Así que ya de entrada, tenemos a dos protagonistas con historias tristes, llenas de heridas profundas que tardan en sanar, y que los obligan a dudar de sus propósitos, lealtades, e incluso de su fe. El panorama no pinta bien, pues puede que el espectador se pregunte: ¿por qué he pagado por ver una película llena de tanta tristeza y duelo? Trapero responde al instante, luego del prólogo, cuando nos muestra la villa desde lo alto. Aquí vemos por primera vez este lugar carcomido por la indigencia y la miseria: un llamado de atención que obliga al espectador, que tiene dinero para comprar una entrada de cine, a pensar en las condiciones en que viven muchas personas, y en los resultados de muchas de las decisiones de los representantes políticos. Trapero es listo y decide ser ambiguo a la hora de ubicar la historia en espacio y tiempo. En ningún momento vemos leyendas que nos indiquen el lugar específico y el año en que se desarrollan los eventos. De esta manera, nos quiere decir que son datos irrelevantes, pues la situación no cambia con el tiempo, aunque los políticos sí.

La pobreza, la violencia, las drogas y los puntos de vista de las personas con poder son temas que toca la película, y que muestra a los dos curas varados en encrucijadas y a veces, en callejones sin salida, literalmente.

El hecho de que Trapero haya filmado su película en una zona verdadera, en la que está basada su historia, ayuda a lograr un gran nivel de realismo. El director se toma el tiempo de filmar la villa con detenimiento, con tomas y secuencias extensas (a veces, sin cortes durante minutos); y así, nos hace sentir que estamos caminando junto a los personajes entre casas humildes, autos abandonados y niños descalzos que se embarran los pies. Los efectos de sonido también ayudan muchísimo a ubicarnos en este lugar, donde delincuentes conviven junto a familias desamparadas que no tienen adónde ir.

A lo largo de todo el metraje, vemos cómo los dos curas, ayudados por Luciana (una trabajadora social que también llega al límite de cuestionarse sus propósitos y obligaciones), se las arreglan para lidiar con la falta de presupuesto para la construcción de viviendas, las guerras de pandillas, la corrupción de la policía, e incluso la salud de Julián, que empeora cada día. Todas estas tareas parecen imposibles, pero ellos siguen adelante, defendiendo su compromiso y su lealtad hacia los habitantes del Elefante Blanco y de la villa que lo acompaña.

Al mismo tiempo, la historia se bifurca y obtenemos miradas más íntimas hacia las vidas de nuestros protagonistas. Aquí se destaca el Padre Nicolás, cuya historia es la más conmovedora de las tres. Renier se pone en la piel de Nicolás y lo dibuja como un hombre tímido, de pocas palabras, pero con mucho coraje, que es evidente cuando siente la necesidad de ayudar al prójimo. Es un hombre que no duda en meterse en la casa de un narcotraficante para reclamar un cuerpo, víctima de las disputas por territorio de las pandillas. Sin embargo, Nicolás se quiebra en varios momentos de la cinta. Su pasado lo perturba y lo pone a la deriva, sin estar seguro de qué debe o qué quiere hacer. Y este estado lo lleva a involucrarse románticamente con Luciana (un hecho tal vez un poco previsible y trillado), creando una relación que los ayuda a alejarse del mundo en que viven, pero que los incomoda al mismo tiempo. Las actuaciones, tanto de Renier como de Gusman, son magistrales y ayudan a darnos estas sensaciones de incomodidad, a veces sin la necesidad de diálogos. Darín queda así en un segundo plano por momentos, y probablemente haga que el espectador se pregunte si su presencia en este filme sea por motivos de publicidad y que se quede esperando un poco más de protagonismo de su parte. Pues, si bien interpreta su papel con el profesionalismo de siempre, volvemos a verlo en un personaje solitario, decadente, triste y de carácter fuerte. No es por desmerecer su trabajo, ni su importantísimo rol en la historia, pero es probable que Darín se esté estancando en un tipo de personajes recurrente, a pesar de que su participación en cualquier película sea señal de excelencia en cuanto a actuaciones.

Los actores que acompañan a los protagonistas también se destacan y tienen sus propios conflictos personales. Aparece así la figura de Monito (encarnado por Federico Benjamín Barga), un adolescente drogadicto de no más de 15 años que vive en la villa, y en el que se reflejan muchas consecuencias de la adicción y de la violencia.

Para el espectador argentino, Elefante Blanco resulta una película muy personal y que está en contacto con temas que muchos vemos de manera cotidiana; y para el espectador extranjero, quizás resulte inesperada e impactante, pues es una película atrevida que muestra una faceta de la Argentina, que muchas no se animan a tratar (y menos en una época de conflictos mediáticos).

En conclusión, es una película conmovedora y una muy buena propuesta para ver, que refleja una realidad que muchos argentinos desconocen (algunos por mera ignorancia, otros por elección), y que plasma la labor de la Iglesia tercermundista (aquí en la forma de dos curas y una asistente social) que, con un elefante blanco a cuestas, parece encender una vela de esperanza donde a veces se ausenta.

La interpretación se la dejo ustedes.

JMLangdon



Ficha Técnica:
Dirigida por Pablo Trapero
Guión por Pablo Trapero
Producida por Alejandro Caseta, Juan Pablo Galli, Juan Gordon, Pablo Trapero y Juan Vera
Director de fotografía: Guillermo Nieto
Dirección de Arte: Fernando Brum
Dirección de producción: Juan Lovece
Editada por Nacho Ruiz Capillas, Andrés Pepe Estrada, Pablo Trapero y Santiago Esteves
Música compuesta por Michael Nyman
Protagonizada por Ricardo Darín (Julián), Jérémie Renier (Nicolás), Martina Gusman (Luciana), Federico Benjamín Barga (Monito) y Mauricio Minetti (Cruz)

3 comentarios:

  1. La pregunta es... ¿quién esperaba de Darín un protagonista? Tal vez sea una táctica del director engañar un poco con la gráfica y ubicar a un Darín que por momentos esta presente y por momentos aparece como una sombra. A veces pareciera que Darín estuviera presente en su ausencia. Coincido en que me quede con ganas de verlo más pero en algún punto eso es positivo.
    Excelente reseña, creo que dan ganas de ir a verla, y en buena hora que se valore el excelente cine argentino.

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  2. Excelente reseña!! Dice todo lo que hay para decir sobre el filme, genial. Me encanta leerlo, Sr. Langdon! :)

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  3. Se nota cuando el trabajo en conjunto y la organización están presentes en una cinta y el resultado una gran propuesta como ésta. Es sin duda una de las mejores películas que he visto que por cierto vi en hbogo filmes, y de verdad es una película técnicamente maravillosa, con una historia central que invita a la reflexión y al debate, y con diferentes relatos paralelos que, sin ser del todo atrapantes, acompañan correctamente la cruda y muy interesante narración principal. Simplemente maravillosa.

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