La siguiente reseña contiene spoilers.
Elefante Blanco (2012) es
una película argentina dirigida por Pablo Trapero y protagonizada por Jérémie
Renier, Martina Gusman y Ricardo Darín. El filme cuenta la historia de dos
curas (Renier y Darín) que luchan mano a mano, junto a una asistente social (Gusman),
para resolver el sinfín de problemas que se presentan día a día en un barrio de
Buenos Aires sumergido en la miseria.
El título Elefante Blanco se refiere a un
edificio semi-abandonado que se encuentra ubicado en la villa 15 del barrio de
Villa Lugano en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Su proyecto
comenzó en 1937, pero su construcción se vio interrumpida muchas veces hasta
que se abandonó por completo en el golpe de Estado de 1955, y así se vio
frustrado su destino de convertirse en el hospital más grande de Latinoamérica.
Hoy en día, el edificio pertenece a la “Asociación de Madres de Plaza de Mayo”,
y diariamente sirve no sólo como comedor para la gente que vive en la villa
contigua, sino también como albergue para 98 familias.
Aparentemente,
dicha ironía llamó la atención de Trapero, un director que está acostumbrado a
plasmar en sus películas (Carancho
(2010) y Leonera (2008), entre
otras) lugares marginales. Y esta no es la excepción, pues para satisfacer su
ambicioso deseo de contar una historia de esperanza y humildad en uno de los
lugares más arcanos de la pobreza argentina, ha optado por mudar su equipo de
filmación al mismo edificio y sus alrededores, lo cual es un gran punto a favor
por motivos que detallaré más adelante.
Antes, me
gustaría retomar la cuestión del título. ¿Por qué hablar de un Elefante Blanco? Al observar el
edificio, uno no puede evitar hacer la asociación obvia: es como un Elefante, por su inmenso e imponente
volumen, y Blanco, por su color. Dado
que el hospital a medias ni siquiera llegó a tener un nombre oficial, se lo
empezó a llamar así. Incluso hay quienes han desarrollado una respuesta más
infantil a la pregunta diciendo que es como un elefante vistiendo un delantal
blanco, por su propósito de ayuda social y educación. Yo voy a optar por ir un
poco más allá, y así me remonto hacia el occidente. En Tailandia, los elefantes
blancos (o albinos) son sagrados, son un símbolo de poder real y son posesión
de los reyes. Básicamente, cuantos más elefantes tenga el rey, mayor será su
estatus. Pero todo lo bueno tiene algo malo, y lo malo de tener un elefante
blanco es que su manutención es muy costosa. Entonces, antiguamente, cuando los
reyes no estaban satisfechos con algún súbdito, le regalaban un elefante blanco
al pobre diablo, cuyos bolsillos no daban abasto para mantener al bicho y
quedaba totalmente arruinado. Así es que a pesar de que la posesión de un
elefante albino confiere mucho prestigio, es un gran peso para el propietario.
Y esta mirada tiene muchísimo que ver con la historia de la película en
cuestión.
Ricardo
Darín interpreta al Padre Julián, sobre cuyos hombros reposa la enorme
responsabilidad de atender, ayudar, representar y luchar por el bienestar de
los habitantes del Elefante Blanco y sus alrededores. Su motivo no es
explícito, pero uno puede hacerse la idea del por qué: nadie más quiere hacerse
cargo de este lugar que, como dice él mismo, ‘no figura ni en el mapa’. Durante
toda la película, vemos al pobre Padre sobre-exigirse a sí mismo montones de
veces, al mismo tiempo que empeora su salud. El elefante le pesa demasiado ya,
y a pesar de estar consciente de ello, sigue adelante motivado por el ejemplo
del Padre militante argentino Carlos Mugica, asesinado en 1974 durante la
Dictadura Militar y a quién la película está dedicada. ‘Señor, sueño con morir por
ellos, ayúdame a vivir para ellos’, lo cita Julián en repetidas escenas.
El inicio
de Elefante Blanco es crudo. Antes
de que aparezca el título de la película con el tema “Las Cosas que No Se Tocan”
de la banda de rock argentina Intoxicados de fondo,
Trapero nos muestra un prólogo impactante y violento en el que el Padre francés
Nicolás (interpretado por el belga Jérémie Renier) observa, mientras se esconde
en unos arbustos, el salvaje asesinato de los habitantes de una villa indígena
perdida en el medio del Amazonas, a manos de un grupo de narcotraficantes.
Nicolás no puede hacer nada por ellos, y esa culpa lo consumirá durante el
resto de la película hasta el desenlace. Julián se toma el trabajo de ir a buscarlo
personalmente a la selva amazónica y de traerlo a Buenos Aires. Suena un poco
rebuscado, pero su motivo personal se revela al final de la película.
Así que ya
de entrada, tenemos a dos protagonistas con historias tristes, llenas de
heridas profundas que tardan en sanar, y que los obligan a dudar de sus
propósitos, lealtades, e incluso de su fe. El panorama no pinta bien, pues
puede que el espectador se pregunte: ¿por qué he pagado por ver una película
llena de tanta tristeza y duelo? Trapero responde al instante, luego del
prólogo, cuando nos muestra la villa desde lo alto. Aquí vemos por primera vez
este lugar carcomido por la indigencia y la miseria: un llamado de atención que
obliga al espectador, que tiene dinero para comprar una entrada de cine, a
pensar en las condiciones en que viven muchas personas, y en los resultados de muchas
de las decisiones de los representantes políticos. Trapero es listo y decide
ser ambiguo a la hora de ubicar la historia en espacio y tiempo. En ningún
momento vemos leyendas que nos indiquen el lugar específico y el año en que se
desarrollan los eventos. De esta manera, nos quiere decir que son datos
irrelevantes, pues la situación no cambia con el tiempo, aunque los políticos
sí.
La
pobreza, la violencia, las drogas y los puntos de vista de las personas con
poder son temas que toca la película, y que muestra a los dos curas varados en
encrucijadas y a veces, en callejones sin salida, literalmente.
El hecho
de que Trapero haya filmado su película en una zona verdadera, en la que está
basada su historia, ayuda a lograr un gran nivel de realismo. El director se
toma el tiempo de filmar la villa con detenimiento, con tomas y secuencias
extensas (a veces, sin cortes durante minutos); y así, nos hace sentir que
estamos caminando junto a los personajes entre casas humildes, autos
abandonados y niños descalzos que se embarran los pies. Los efectos de sonido
también ayudan muchísimo a ubicarnos en este lugar, donde delincuentes conviven
junto a familias desamparadas que no tienen adónde ir.
A lo largo
de todo el metraje, vemos cómo los dos curas, ayudados por Luciana (una
trabajadora social que también llega al límite de cuestionarse sus propósitos y
obligaciones), se las arreglan para lidiar con la falta de presupuesto para la construcción
de viviendas, las guerras de pandillas, la corrupción de la policía, e incluso
la salud de Julián, que empeora cada día. Todas estas tareas parecen
imposibles, pero ellos siguen adelante, defendiendo su compromiso y su lealtad
hacia los habitantes del Elefante Blanco y de la villa que lo acompaña.
Al mismo
tiempo, la historia se bifurca y obtenemos miradas más íntimas hacia las vidas
de nuestros protagonistas. Aquí se destaca el Padre Nicolás, cuya historia es
la más conmovedora de las tres. Renier se pone en la piel de Nicolás y lo
dibuja como un hombre tímido, de pocas palabras, pero con mucho coraje, que es
evidente cuando siente la necesidad de ayudar al prójimo. Es un hombre que no
duda en meterse en la casa de un narcotraficante para reclamar un cuerpo,
víctima de las disputas por territorio de las pandillas. Sin embargo, Nicolás
se quiebra en varios momentos de la cinta. Su pasado lo perturba y lo pone a la
deriva, sin estar seguro de qué debe o qué quiere hacer. Y este estado lo lleva
a involucrarse románticamente con Luciana (un hecho tal vez un poco previsible
y trillado), creando una relación que los ayuda a alejarse del mundo en que
viven, pero que los incomoda al mismo tiempo. Las actuaciones, tanto de Renier
como de Gusman, son magistrales y ayudan a darnos estas sensaciones de
incomodidad, a veces sin la necesidad de diálogos. Darín queda así en un
segundo plano por momentos, y probablemente haga que el espectador se pregunte
si su presencia en este filme sea por motivos de publicidad y que se quede esperando un poco más de protagonismo de su parte. Pues, si bien
interpreta su papel con el profesionalismo de siempre, volvemos a verlo en un
personaje solitario, decadente, triste y de carácter fuerte. No es por
desmerecer su trabajo, ni su importantísimo rol en la historia, pero es
probable que Darín se esté estancando en un tipo de personajes recurrente, a
pesar de que su participación en cualquier película sea señal de excelencia en
cuanto a actuaciones.
Los
actores que acompañan a los protagonistas también se destacan y tienen sus
propios conflictos personales. Aparece así la figura de Monito (encarnado por Federico
Benjamín Barga), un adolescente drogadicto de no más de 15 años que vive en la
villa, y en el que se reflejan muchas consecuencias de la adicción y de la
violencia.
Para el
espectador argentino, Elefante Blanco
resulta una película muy personal y que está en contacto con temas que muchos
vemos de manera cotidiana; y para el espectador extranjero, quizás resulte inesperada
e impactante, pues es una película atrevida que muestra una faceta de la
Argentina, que muchas no se animan a tratar (y menos en una época de conflictos
mediáticos).
En
conclusión, es una película conmovedora y una muy buena propuesta para ver, que
refleja una realidad que muchos argentinos desconocen (algunos por mera ignorancia,
otros por elección), y que plasma la labor de la Iglesia tercermundista (aquí
en la forma de dos curas y una asistente social) que, con un elefante blanco a
cuestas, parece encender una vela de esperanza donde a veces se ausenta.
La
interpretación se la dejo ustedes.
JMLangdon
Ficha
Técnica:
Dirigida
por Pablo Trapero
Guión por Pablo Trapero
Producida
por Alejandro Caseta, Juan Pablo Galli,
Juan Gordon, Pablo Trapero y Juan
Vera
Director de fotografía: Guillermo Nieto
Dirección de Arte: Fernando
Brum
Dirección de producción: Juan Lovece
Editada por Nacho
Ruiz Capillas, Andrés Pepe Estrada, Pablo Trapero y Santiago Esteves
Música compuesta por Michael
Nyman
Protagonizada por Ricardo
Darín (Julián), Jérémie Renier (Nicolás), Martina Gusman (Luciana), Federico
Benjamín Barga (Monito) y Mauricio
Minetti (Cruz)
La pregunta es... ¿quién esperaba de Darín un protagonista? Tal vez sea una táctica del director engañar un poco con la gráfica y ubicar a un Darín que por momentos esta presente y por momentos aparece como una sombra. A veces pareciera que Darín estuviera presente en su ausencia. Coincido en que me quede con ganas de verlo más pero en algún punto eso es positivo.
ResponderEliminarExcelente reseña, creo que dan ganas de ir a verla, y en buena hora que se valore el excelente cine argentino.
Excelente reseña!! Dice todo lo que hay para decir sobre el filme, genial. Me encanta leerlo, Sr. Langdon! :)
ResponderEliminarSe nota cuando el trabajo en conjunto y la organización están presentes en una cinta y el resultado una gran propuesta como ésta. Es sin duda una de las mejores películas que he visto que por cierto vi en hbogo filmes, y de verdad es una película técnicamente maravillosa, con una historia central que invita a la reflexión y al debate, y con diferentes relatos paralelos que, sin ser del todo atrapantes, acompañan correctamente la cruda y muy interesante narración principal. Simplemente maravillosa.
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